MIGUEL CERVANTES DE SAAVEDRA - Colóquio dos cães:
Venía el señor del ganado; salían los pastores a recebirle con las pieles de la res muerta; culpaba a los pastores por negligentes, y mandaba castigar a los perros por perezosos: llovían sobre nosotros palos, y sobre ellos reprehensiones; y así, viéndome un día castigado sin culpa, y que mi cuidado, ligereza y braveza no eran de provecho para coger el lobo, determiné de mudar estilo, no desviándome a buscarle, como tenía de costumbre, lejos del rebaño, sino estarme junto a él; que, pues el lobo allí venía, allí sería más cierta la presa.
»Cada semana nos tocaban a rebato, y en una escurísima noche tuve yo vista para ver los lobos, de quien era imposible que el ganado se guardase.
Agachéme detrás de una mata, pasaron los perros, mis compañeros, adelante, y desde allí oteé, y vi que dos pastores asieron de un carnero de los mejores del aprisco, y le mataron de manera que verdaderamente pareció a la mañana que había sido su verdugo el lobo. Pasméme, quedé suspenso cuando vi que los pastores eran los lobos y que despedazaban el ganado los mismos que le habían de guardar. Al punto, hacían saber a su amo la presa del lobo, dábanle el pellejo y parte de la carne, y comíanse ellos lo más y lo mejor. Volvía a reñirles el señor, y volvía también el castigo de los perros.
No había lobos, menguaba el rebaño;
quisiera yo descubrillo, hallábame mudo. Todo lo cual me traía lleno de admiración y de
congoja.
''¡Válame Dios! -decía entre mí-, ¿quién podrá remediar esta maldad? ¿Quién será
poderoso a dar a entender que la defensa ofende, que las centinelas duermen, que la
confianza roba y el que os guarda os mata?''»
(...)
Pocas o ninguna vez se cumple con la ambición que no sea con daño de tercero.
(...)
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