Por: David Alandete
Judíos ultraortodoxos rezan frente a los vestigios del muro occidental del templo de Jerusalén, el 28 de marzo. Fotografía de Bernat Armangue / AP
Han pasado 65 años desde la declaración de independencia de Israel y justo en este año, el país ha superado la cifra de seis millones de judíos entre sus residentes. Son cuatro palabras, “seis millones de judíos”, imposibles de poner juntas, una tras otra, sin que venga a la mente otro hecho, catastrófico, de mediados del siglo XX. Seis millones de judíos fallecieron en el Holocausto. Es un número marcado para siempre en la memoria del pueblo judío, que acaba de celebrar el Pésaj, la emancipación que supuso la salida de Egipto.
El hecho de haber llegado a los seis millones entre sus residentes convierte ya a Israel en el país en el que más judíos viven, superando por primera vez a Estados Unidos, que cuenta con 5,5 millones entre sus habitantes. Dos millones de ellos viven en Nueva York.
Israel no es un producto del Holocausto. El sionismo, el movimiento político que luchó por la autodeterminación del pueblo judío en lo que considera su propia cuna en Oriente Próximo, existe desde mucho antes. A finales de 1946, según el profesor Charles D. Smith, “vivían en Palestina 608.000 judíos”. “Los judíos eran entonces propietarios de 1,6 millones de dunams (160.000 hectáreas), o el 20% de la tierra cultivable y algo más del 6% de toda el área total de tierra”, añade.
Sin embargo, hay un consenso entre la clase política israelí y sus aliados de que la existencia de Israel es clave para evitar que la historia se repita. Es algo que recalcó recientemente el presidente Barack Obama en su reciente visita a Yad Vahsem, el museo del Holocausto en Jerusalén: “Aquí, en vuestra ancestral tierra, dejad que se diga para que el mundo lo oiga: El Estado de Israel no existe por el Holocausto. Pero con la supervivencia de un Estado Judío de Israel, un Holocausto como ese no volverá a ocurrir”.
Conté en el discurso a la ciudadanía israelí de Obama, el día anterior, las ocasiones en las que el presidente se refirió a la existencia de Israel como un Estado judío. En total, tres. Fue uno de los elementos cruciales de un alegato en el que Obama pidió a los jóvenes de Israel que hagan un esfuerzo por la paz, salvando la solución de los dos Estados. “El único modo de que Israel sobreviva y avance como un Estado judío y democrático es a través de la consecución de una Palestina independiente y viable”, dijo.
Me fijé, durante el discurso, en tres jóvenes mujeres, con velo islámico, que no aplaudían como los demás asistentes al discurso de Obama en el Centro de Convenciones. Hablé posteriormente con una de ellas, Doaa Igbaria, de 24 años. “Habló del Estado judío. Habló de un futuro Estado palestino. Pero no habló de nosotros, de los árabes israelíes. ¿Qué sucede con nosotros? Yo tengo un pasaporte israelí. Si este Estado es judío, ¿qué soy yo, ciudadana de segunda clase?”, me dijo.
Cierto es que, aparte de seis millones de judíos, viven en Israel 1,6 millones de árabes y 350.000 cristianos no árabes, según el informe que maneja el diario que reveló la información el mes pasado, Yedioth Ahronoth. La duda es qué lugar ocupan esas personas en un Israel que se considere, como Obama dijo, un Estado plenamente judío.
En 2011 el legislador israelí Avi Ditcher, de Kadima, presentó una polémica propuesta de ley que hubiera supeditado el carácter democrático del país a su calidad de Estado judío. También pedía que el árabe dejara de ser un idioma oficial. Ante la presión de su partido, Kadima, Ditcher modificó el borrador para eliminar finalmente esos preceptos.
El intento no ha quedado en el olvido. En marzo, el diario israelí Haaretz reveló que el pacto de Gobierno firmado entre el primer ministro Benjamín Netayahu y uno de sus socios de Gobierno, Naftalí Bennett, de Habayit Hayehudi (Casa Judía), “requiere una controvertida norma para la Ley Básica que subordinaría el carácter democrático del Estado a su carácter judío”.
Hay otros partidos miembros en la coalición de Gobierno de Netanyahu que no apoyan ese intento. Además, que uno de los acuerdos de Gobierno contemple la posibilidad de presentar esa ley no implica que se vaya a aprobar necesariamente. Pero el asunto sigue sobre la mesa, y es probable que se debata en esta legislatura, la que, según se considera en los foros internacionales, puede ser la última oportunidad para salvar la solución de los dos Estados, vecinos y en paz.
Fonte: EL PAIS
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