Camino seguro hacia el bolivarianismo
El camino que sigue la política paraguaya, con los dos principales partidos políticos totalmente corrompidos, es similar a las condiciones que existían en Venezuela que favorecieron el advenimiento de Hugo Chávez. Aquí el campo está preparado para que una persona inteligente, astuta y buena oradora levante esas banderas que constantemente, día tras día, mediante la libertad de prensa están a la vista y sufrimiento de todo el pueblo, arrase en las elecciones y nos imponga un gobierno bolivariano que, como en Venezuela, terminará de destrozar el país, encarcelando a los opositores, violando los derechos humanos de sus ciudadanos, persiguiendo a la empresa privada, cooptando la Justicia y subvirtiendo las instituciones democráticas. Está visto que el gobierno del Partido Colorado no puede, o no quiere, corregir la situación de desastre actual. Si tampoco las fuerzas cívicas están interesadas o no pueden hacerlo, entonces el país caerá irremisiblemente en el precipicio bolivariano.
Tras el derrocamiento del régimen dictatorial del general Marcos Pérez Jiménez en Venezuela en enero de 1958, pocos meses antes de las elecciones generales fijadas para diciembre de ese año, los partidos políticos venezolanos Acción Democrática (AD), Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI) y Unión Republicana Democrática (URD) firmaron un acuerdo político supuestamente con el objetivo de conseguir la sostenibilidad de la recién instaurada democracia mediante la participación equitativa de todos los partidos en el gabinete ejecutivo del partido triunfador, excluido el Partido Comunista de Venezuela (PCV).
Treinta años más tarde, tras turnarse en el poder los dos principales partidos políticos, AD y COPEI, el Pacto de Punto Fijo se convirtió en la democracia más corrupta de la región, con creciente descontento popular por el despilfarro y robo del abundante dinero público proveniente de la venta del petróleo, ampliamente difundido por la prensa, por parte de una rapaz claque política enquistada en la administración del Estado mediante el clientelismo político.
Esta situación causó el gradual desencanto de la sociedad venezolana con la corrupta democracia imperante en el país, y explotó violentamente con una serie de protestas y disturbios populares contra medidas económicas tomadas por el gobierno del presidente Carlos Andrés Pérez a fines de 1988, que afectaban mayormente a las clases más pobres y desprotegidas de la nación caribeña. La revuelta quedó conocida como el “Caracazo”, y la violenta represión gubernamental dejó un saldo de más de mil muertos y el doble de heridos. Hugo Chávez, con el grado de mayor del ejército, tomó parte en la represión, y desde entonces tuvo aspiración política contraria al gobierno.
A posteriori, lo irónico de su actitud fue que, tras valerse de la escalera democrática para acceder al poder, le dio una patada a la misma, recicló la dictadura y el despilfarro de los petrodólares del pueblo venezolano, tal como lo habían hecho en su tiempo el general Pérez Jiménez y los gobernantes “demócratas” del Pacto de Punto Fijo. La muerte truncó su autoritario mandato, pero dejó un sucesor –Nicolás Maduro– para completar el desquicio de la otrora rica nación venezolana, como se está comprobando.
Curiosamente, hay un notable paralelismo entre la historia política reciente de Venezuela y la nuestra. Depuesto el dictador Alfredo Stroessner, durante el gobierno de transición democrática del general Andrés Rodríguez aquí también hubo un “pacto político” de similar conformación que el de Punto Fijo, aunque tácito, entre los tres principales partidos políticos: ANR, PLRA y Partido Revolucionario Febrerista. Para mayor parecido con el símil venezolano, aquí también el Partido Comunista fue excluido del acuerdo político. Los gestores del pacto no escrito fueron Luis María Argaña, Domingo Laíno y Arnaldo Valdovinos, respectivamente.
Los comicios para elegir al primer presidente en tiempo de libertad, Juan Carlos Wasmosy, no fueron limpios ni transparentes, a tal punto que el prestigioso diario norteamericano The Washington Post calificó el proceso electoral como “Democracia sucia en Paraguay”. Transcurridos 25 años, como en Venezuela, aquí se ha consolidado la hegemonía política del bipartidismo, con la ANR y el PLRA, aunque sin la regular alternancia en el gobierno de la República, excepto cuando la Alianza Patriótica para el Cambio catapultó a Fernando Lugo a la primera magistratura en abril de 2008.
En la actualidad, el Partido Revolucionario Febrerista ha desaparecido, virtualmente, pero el tácito pacto de conveniencia entre la ANR y el PLRA se mantiene inalterable hasta hoy día.
Juan Carlos Wasmosy articuló estrecha alianza con el PLRA durante su gobierno. Hasta para desprenderse de su incómodo exjefe de campaña presidencial, Lino Oviedo. Después, el presidente de facto, Luis Ángel González Macchi, inauguró un gabinete típicamente tricolor, copiado posteriormente por el presidente Horacio Cartes. Este, como sus predecesores colorados, también ha confiado la presidencia del Congreso Nacional a legisladores no colorados.
De haber probado ser provechoso para el país, este acaecer político democrático hubiera merecido la aprobación popular, pero, como en Venezuela, casi en igual lapso, aquí también nuestra sucia democracia, en vez de haber asegurado mejores condiciones de gobernabilidad a la República y mejor nivel de vida para los paraguayos, nos ofrece como saldo de gestión, pobreza y desigualdad, corrupción e impunidad. Si a toda esa desventura asociamos el incierto rumbo del Gobierno, con los tres Poderes del Estado de la República inficionados por el virus de la “narcopolítica”, todo indica que marchamos hacia un trágico destino, como algunos países de nuestro Hemisferio.
El desastre administrativo, la corrupción, la ineficiencia, el compadrazgo, la complicidad y el blindaje político, jurídico y burocrático que los Poderes del Gobierno brindan a los delincuentes de cuello blanco no presagian días venturosos para la Nación. Por el contrario, como en Venezuela, están conduciendo al país hacia el precipicio del desequilibrio democrático y la emergencia de una nueva dictadura.
El camino que sigue la política paraguaya, con los dos principales partidos políticos totalmente corrompidos, es similar a las condiciones que existían en la nación caribeña que favorecieron el advenimiento de Hugo Chávez. Aquí el campo está preparado para que una persona inteligente, astuta y buena oradora, levante esas banderas que constantemente, día tras día, mediante la libertad de prensa están a la vista y sufrimiento de todo el pueblo, arrase en las elecciones y nos imponga un gobierno bolivariano que, como en Venezuela, terminará de destrozar el país, encarcelando a los opositores, violando los derechos humanos de sus conciudadanos, persiguiendo a la empresa privada, cooptando la Justicia y subvirtiendo las instituciones democráticas.
Está visto que el Gobierno del Partido Colorado no puede, o no quiere, corregir la situación de desastre actual. Si tampoco las fuerzas cívicas están interesadas o no pueden hacerlo, entonces el país caerá irremisiblemente en el precipicio bolivariano.
Urge, pues, el surgimiento de una enérgica y tenaz cruzada cívica ciudadana para expresar, permanentemente, a lo largo y ancho del país, su rechazo a esta podrida clase política de todos los colores que se empeña en llevar a nuestro país hacia el despeñadero, y le exija a través de los medios a su alcance que corrija su repudiable conducta.
Fonte: ABC COLOR
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