Desde siempre la derecha ha tenido a favor a la banca, las empresas, los jueces, los militares, los escribanos, los registradores, los fiscales, los medios, la policía, las cárceles. Ahora, también el fútbol. Por los años sesenta algunos pensaron que Dios se había hecho de izquierda después de leer a Sartre. Falsa alarma. Hace unos meses, Bolsonaro se presentó así en un mitin: “Soy Jair. Soy hombre. Soy padre. Soy católico. Soy brasileño. Y esa identidad no me la roba nadie”. La gente que se presenta así, con esa sensibilidad tan a pie de calle, tranquiliza mucho. Daban ganas de responderle: “Un placer ¿Qué tal la familia?”. La “identidad” se ha transformado en el fundamento principal de la confrontación de nuestro tiempo. Ese concepto tan abstracto permite que haya gente que ante una presentación así: “Hola, soy Nacho, de Floresta, quiropráctico, y me gustan los ravioles”, piensa: '¡uy, que identidad, vamos a robársela!'
En esta vida que pasa como un ratón de campo, sin agitar la hierba, según Pound, la “identidad” lo es todo para la derecha y la extrema derecha. Hace unos días Giorgia Meloni manifestaba: “Todo lo que nos identifica está siendo atacado”. La clave de la retórica de la extrema derecha, con conceptos tan obvios, reside en que les habla a gente que cree que es apolítica, que no es de derechas ni de izquierda. Gente normal, de toda la vida. Como Neymar, que declaraba en 2013, a su llegada al Barcelona: “Yo no me meto en política”. Hoy se ha metido hasta las “trancas”. Su apoyo incondicional a Bolsonaro lo vacía de todo pensamiento ilustrado dispuesto a incinerarse a lo bonzo para obtener prebendas privadas. Su adhesión lo vincula al supuesto beneficio que recibió su padre por quedar exento de pagar una multa de 88 millones de reales (unos 17 millones de dólares) por defraudar al fisco en los ejercicios de 2011 y 2013.
El Partido Liberal difundió un vídeo en el que el jugador del PSG se muestra con el número 22, la lista oficialista, con una canción de fondo dedicada a Bolsonaro. Lo ilícito y lo sospechoso se vuelve decente después del adecuado maquillaje impositivo. Esas riquezas amasadas en una legalidad de fachada, tras la que se esconden el escabroso e indomable imperio del gansterismo económico, todo legitimado por ideólogos del neocapitalismo de mercado que hacen del darwinismo social su doctrina.
Desengáñense. El fútbol de hoy es de derecha. Como los bancos, los jueces, los fiscales, los militares, las empresas, los escribanos, los medios, la policía, las cárceles. Todos juntos, en el “aquí y ahora”, del que hablaba Walter Benjamín. Chacareros, evasores, ganaderos, especuladores, productores, empresarios, magnates, dirigentes. Los de antes y los de ahora. De Neymar a Batistuta, la lista es demasiado extensa. De este delirio deriva el fútbol de la modernidad. Una fábrica de futbolistas de alta gama, sin conciencia social, refugiados en una vida con el precio en la solapa, en la evasión de impuestos, en la pasividad y en la omisión, encadenados a la desigualdades de renta y de riqueza. En ese individualismo hedonista de la autosatisfacción de los deseos y de la mercadotecnia del yo. Este fútbol nuestro del alma mía, con las vísceras tan expuestas a lo popular, y que poco pueblo construye. Que nació de la escasez, de la penuria, sin más aditivos que el hambre y la imaginación. Un fútbol que se para, y se va vaciando, como un cadáver vivo, que no espera nada, no exige nada, y nada le hace sangre.
(*) Ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón Mundial Tokio 1979.
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