Lennon, ángel y demonio
30 años después de su asesinato, detractores y defensores siguen luchando por la imagen pública del ex beatle
DIEGO A. MANRIQUE - Madrid - 08/12/2010
La noche del 8 de diciembre de 1980 cinco disparos acababan con el músico más carismático de los sesenta. Mark David Chapman, en su retorcida mente, pretendía justificarse argumentando que castigaba a un líder que no vivía lo que predicaba pero provocó justamente el efecto contrario del desenmascaramiento de un hipócrita: en estos 30 años John Lennon ha sido consagrado como uno de los apóstoles del siglo XX, a la altura de Ghandi o Martin Luther King.
Su madeja de contradicciones explica que nos fascine el personaje
Morir como mártir tiene esas consecuencias cegadoras. Lennon se ha
convertido en el Gran Pacifista, el visionario que pretendió cambiar el
mundo y pagó con su vida. Se le supone enfrentado con todos los poderes:
un radical indomable. Sus recursos musicales parecen infinitos: se le
considera el genio de los Beatles. Además, ¡el hombre que siempre decía
la verdad!
En general, los infinitos libros y documentales sobre
Lennon tienden hacia la hagiografía. Se nota la pesada mano de la viuda:
como legataria, Yoko Ono puede prohibir el uso de las canciones del
difunto, incluyendo las letras, si el proyecto no muestra el respeto
debido. Una precaución comprensible pero que difumina su verdadero
perfil.
Al otro extremo, los libros desmitificadores. Son trabajos parciales, en todos los sentidos. El más difundido es Las muchas vidas de John Lennon, ahora reeditado por Lumen. Su autor fue un asesino
(literario) a sueldo, Albert Goldman, que explotaba el filón hallado
con su despiadada demolición de Elvis Presley. Buen sabueso, Goldman
comprendió que cualquier famoso deja una pista de colegas resentidos,
amigos traicionados, empleados despedidos. Sus hallazgos,
desdichadamente, estaban comprometidos por su posición de partida: todo
lo apuntaba en la columna del "debe".
La mala baba de Goldman
todavía asombra. Especula -y disculpen la sordidez del ejemplo- con un
viaje de Lennon en solitario por Asia en 1976; el biógrafo carece de
información pero se apresura a imaginarle visitando los burdeles de
Bangkok, acostándose con jovencitos de ambos sexos, consumiendo la
marihuana y la heroína locales. Sin embargo, sabemos que John solía
desmelenarse en compañía de amigotes y que procuraba pasar desapercibido
cuando carecía de ese escudo. Como recuerda jocosamente Keith Richards
en su Vida, Lennon aguantaba mal el alcohol y las drogas; cuesta creer que se pusiera tan alegremente en peligro y en evidencia.
En
realidad, John no siempre estuvo a la altura de sus ideales. Violento
en su juventud, podía ser cruel con las personas de su entorno, desde su
embelesado mánager, Brian Epstein, a su primera esposa, Cynthia, y el
hijo de ambos, Julian. El conflicto con Paul McCartney pertenece a otra
categoría: machos alfa chocando sus cornamentas. Posiblemente, no había
manera de mantener en 1969 el prodigioso taller de creatividad que
fueron los Beatles pero corresponde a Paul el mérito de conseguir
prolongar su vida productiva, aunque su liderazgo ahondara los celos
internos.
Fue un mal trueque: un grupo en la cúspide -Abbey Road-
por cuatro solistas irregulares. Tras el encuentro con Yoko, John
cambió el chip y enfatizó la sinceridad por encima del arte universal.
Sus discos de los setenta son apasionantes testimonios de su indagación
personal pero no resisten la comparación con su obra anterior. Y la
trastienda resulta embarazosa. El santo pacifista también donó dinero al
IRA y subvencionó a Michael X, un autoproclamado profeta del black power, luego ejecutado por un doble asesinato. El gran cínico se dejaba engañar regularmente por buscavidas y charlatanes.
En
busca de héroes, son sus días de agitación antisistema los que dominan
sobre la etapa de encastillamiento en el Dakota. El rockero con camisa
militar, una canción para cada causa, cuatro años después se vestía de
etiqueta para acudir a la toma de posesión de Jimmy Carter en
Washington. No hay truco, ambos son el mismo Lennon: esa madeja de
contradicciones explica nuestra continua fascinación por el personaje.
No era ni el monstruo inventado por Albert Goldman ni el virtuoso
romántico salido del Photoshop de Yoko Ono.
Fonte: EL PAÍS (España)
Fonte: EL PAÍS (España)
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