Cómo afrontar la catástrofe del siglo XX sin perder la propia humanidad
Cuatro mujeres judías
ante el mal
La línea roja que aúna a Simone Weil, Hannah Arendt, Edith Stein y Etty Hillesum
El número de julio de «Pagine Ebraiche», la publicación mensual de la Unión de las Comunidades Judías Italianas dirigida por Guido Vitale, dedica un amplio dossier titulado «Las mujeres, la historia». Anticipamos uno de sus artículos y algunos de sus temas en nuestro servicio.
La naturaleza “La luz que ilumina a todo hombre”, que nace con él, es decir, el Logos, el Espíritu, es necesaria y suficiente para la salvación: esta frase, escrita por Simone Weil en uno de los momentos más duros de su vida, mientras huía de la avanzada de los alemanes en Francia, abrumada por su frágil salud y por la angustia que sentía al ver con demasiada nitidez lo que estaba sucediendo en el mundo, se puede considerar la línea roja que aúna a cuatro intelectuales judías del siglo XX que vivieron los años de las persecuciones y de la Shoah (el holocausto) –Simone Weil, Hannah Arendt, Edith Stein, Etty Hillesum– quienes, aunque de forma muy distinta, asumieron la tarea de reflexionar sobre el problema del mal y sobre el modo de afrontarlo sin perder su propia humanidad.
Fueron ellas, cuatro mujeres judías, las que acogieron esta pesada responsabilidad intelectual sin temor y sin detenerse en la superficie de las explicaciones políticas e históricas, indicando al mundo –en primer lugar, a su mundo judío– los caminos para salvarse en sentido espiritual de la catástrofe del siglo XX. Tal vez sólo otro judío, Vasilij Grossman, ha osado tanto en sus textos, pero involucrando menos directamente su propia vida.
Marcadas por vicisitudes biográficas muy distintas y también diversamente implicadas en el genocidio –Stein y Hillesum murieron en Auschwitz, Arendt huyó a Francia, luego a los Estados Unidos y se salvó, Weil murió de tuberculosis en el exilio inglés– estas mujeres, de hecho, tienen en común la raíz profunda de la reflexión: el sentido y la naturaleza del mal que afrontaron, junto a la búsqueda de una vía de escape espiritual e intelectual.
Hannah Arendt ve las raíces del mal en la destrucción del pensamiento efectuada por los totalitarismos: una destrucción oculta, generalizada, que pasa inadvertida y es, por lo tanto, banal, pero precisamente por esto, escandalosa, pues lleva a la renuncia a pensar y a una entrega dócil a los superiores, aun a costa de traicionar cualquier valor.
Se llega así, reprimido el pensamiento, a la perversión del imperativo moral y del juicio que lo sostiene. La filosofa alemana intuye también la dimensión penetrante del mal, que llega a envolver a las mismas víctimas, es decir, a las instituciones de las comunidades judías. Quizá precisamente el hecho de haber sido espectadora, desde lejos, de la Shoah, vuelve a Arendt capaz de un análisis desapegado de los orígenes del mal, pero menos interesada en las posibilidades de contrastarlo mientras estaba ocurriendo.
En cambio, este es el centro de las reflexiones tanto de Stein como de Hillesum. Aun siendo muy distintas, ambas tienen en común un camino espiritual místico que las lleva a acercarse – ciertamente no del mismo modo– al cristianismo, pero sin alejarse de sus propias raíces judías. Ambas viven en la cotidianidad las discriminaciones nazis, ambas rechazan la huida posible del exterminio para compartir el destino de su pueblo.
Lucetta Scaraffia
28 de junio de 2011
Se llega así, reprimido el pensamiento, a la perversión del imperativo moral y del juicio que lo sostiene. La filosofa alemana intuye también la dimensión penetrante del mal, que llega a envolver a las mismas víctimas, es decir, a las instituciones de las comunidades judías. Quizá precisamente el hecho de haber sido espectadora, desde lejos, de la Shoah, vuelve a Arendt capaz de un análisis desapegado de los orígenes del mal, pero menos interesada en las posibilidades de contrastarlo mientras estaba ocurriendo.
En cambio, este es el centro de las reflexiones tanto de Stein como de Hillesum. Aun siendo muy distintas, ambas tienen en común un camino espiritual místico que las lleva a acercarse – ciertamente no del mismo modo– al cristianismo, pero sin alejarse de sus propias raíces judías. Ambas viven en la cotidianidad las discriminaciones nazis, ambas rechazan la huida posible del exterminio para compartir el destino de su pueblo.
Lucetta Scaraffia
28 de junio de 2011
Fonte: RELIGION DIGITAL (España)
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