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quinta-feira, 26 de abril de 2012

PIO V REPROVOU QUALQUER ESPETÁCULO ONDE SE MALTRATA ANIMAIS


Tauromaquia, la disposición arbitraria de la naturaleza



Guillermo Gazanini Espinoza / Consejo de Analistas Católicos de México. 24 de abril.

Se ha dicho que Benedicto XVI es el primer Papa Verde de la historia. Todos recordamos el propósito del mensaje en ocasión de la Jornada Mundial de la Paz de 2010 cuando exhortó a tomar conciencia de una ecología humana responsable del cuidado de la naturaleza. El lema de esa Jornada, Si quieres promover la paz, protege la creación, enfatizó el respeto por toda la creación advirtiendo al ser humano de su responsabilidad y relación con todas las creaturas y los peligros causados por el descuido, e incluso por el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado. Por este motivo, es indispensable que la humanidad renueve y refuerce esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos.
En 1990, Juan Pablo II señaló la amenaza a la paz por las agresiones a la naturaleza, la explotación desordenada de sus recursos y el deterioro progresivo de la calidad de la vida. Esta situación provoca una sensación de inestabilidad e inseguridad que a su vez favorece formas de egoísmo colectivo, acaparamiento y prevaricación”. Señalando la devastación, el uso y manejo inmoral de los bienes naturales y de las creaturas, Juan Pablo II no vaciló en decir que todo desorden introducido a la naturaleza es contradictorio con la integridad de la naturaleza, “Si el hombre no está en paz con Dios la tierra misma tampoco está en paz: «Por eso, la tierra está en duelo, y se marchita cuanto en ella habita, con las bestias del campo y las aves del cielo: y hasta los peces del mar desaparecen» (Os 4,3).
La enseñanza de los Pontífices, en especial en el séptimo aniversario del inicio del ministerio petrino de Benedicto XVI, hace meditar sobre esta relación de la naturaleza y la devastación de la creación por diversión, entretenimiento, esparcimiento y ganancias. La fiesta de los toros ocasiona choques entre aquéllos que la defienden por ser parte de la idiosincrasia y causa de sus empresas y quienes afirman el carácter inhumano de un espectáculo que no es artístico ni ético. He ido a la plaza de toros de la capital de la República y presencié, con amigos míos creyentes, el espectáculo donde, en la arena, se lidia a un animal cuyo instinto es responder a la agresión de otro cuya superioridad es evidente. Si el espectáculo pretende elogiar el arte de la lidia y demostrar el dominio del ser humano sobre una bestia, también es denigrante observar la sed de sangre en una liturgia para acabar con la ferocidad de un animal y sucumbir ante el poder humano. Desde esta perspectiva, la creación tiene un dominio irracional.
En 1567, San Pío V (1504-1572) reprobó cualquier espectáculo donde se maltratara a los animales por ser abominable y contrario a la piedad cristiana; efectivamente, la Bula De Salute Gregis condenó la agitatio taurorum en España, Italia, Francia, Portugal y sus posesiones ultramarinas. Esta Bula, ampliamente conocida por quienes pugnan por la abolición de las faenas, ha sido una especie de bandera que demuestra la doctrina perenne de los pontífices de la Iglesia rechazando estos espectáculos bajo pena de excomunión. En la Nueva España, el primer concilio provincial mexicano (1555) aprobó un decreto sobre la vida y honestidad de los clérigos que prohibió la asistencia a las lidias por ser contrario a la buena fama de los ministros. En 1585, el tercer concilio mexicano, reunido para poner en práctica las disposiciones conciliares de Trento, adoptó las instrucciones papales contra las corridas de toros vedando a los clérigos su participación por ser contrarios a la moral, atentar contra la honestidad de los consagrados y poner en peligro la vida de todos los que ahí intervienen; a pesar de lo anterior, en la Nueva España y la metrópoli, las corridas estaban arraigadísimas ignorando, en muchas ocasiones, los mandatos papales y tolerando las faenas en las festividades patronales.
Durante el papado de Benedicto XV (1914-1922), se reprobó la lidia según se observa en unas cartas publicadas en las páginas de L’Osservatore Romano en 1922. Las cartas datan de 1920 y se trata de las manifestaciones del Secretario de Estado de Benedicto XV y de Pío XI, el cardenal Pietro Gasparri (1852-1934), contra la tauromaquia, condenando las corridas como actos sangrientos y vergonzosos, contrarios a los principios de los santos libros.
Los defensores de la tauromaquia argumentan, entre otras, razones culturales para que la fiesta prevalezca como elemento de identidad arraigado en el tiempo. A pesar del cambio de paradigmas, los nostálgicos esgrimen que el toro de lidia existe por ser un animal para ese efecto. Hombres y bestias, frente a frente, protagonizan un drama existencial donde debe prevalecer el ser humano, ante el juego de la muerte en el combate a un animal azuzado en su fiereza, cuasisagrado para las civilizaciones antiguas y al servicio del hombre, por lo que nada sucede si muere a su merced al verse cumplido el destino por el que fue criado.
Ante esta cosmovisión taurina, la sociedad moderna critica duramente las faenas cuestionando su moralidad y licitud. Paradójicamente, mientras se debaten otros aspectos esenciales de la vida de los seres humanos, los activistas apelan a la conciencia social para impulsar avances legislativos que dejen a las plazas de toros como recintos memoriales de una fiesta vetusta y bárbara de reminiscencias paganas sin cabida en este tiempo. Esto recuerda el enfrentamiento del cristianismo contra las prácticas idolátricas del mundo grecolatino sobre las peleas de bestias dedicadas a las divinidades del Pantheon y, de paso, para entretenimiento de la plebe y los patricios. La implantación de la nueva religión, hace casi 1700 años con el edicto de tolerancia del emperador Constantino, puso punto final a las costumbres tauriles ofrecidas a los dioses vencidos por el Dios del crucificado, cosa que se prolongó durante la era de los Padres de la Iglesia quienes afirmaron que no era sólo el dominio de la creación lo que estaba en tela de juicio, sino la exposición irracional de la vida de las personas por enfrentarse a las bestias embravecidas y provocadas para deleite de propios y extraños.
La crisis ambiental y el dominio irracional de los recursos y las criaturas nos ponen en la arena de la faena para cuestionar la legitimidad de un acto arcaico y primitivo. Cuando los padres de la Iglesia y los pontífices hablan del carácter bárbaro de la fiesta brava y de la protección de la creación, lo hacen en consonancia con la ley divina y las Escrituras sobre el bien y respeto que el ser humano debe reconocer en sí mismo y el cosmos. La ley de Dios es clara al respecto: No matarás. No se trata de la vida de un toro; es, sin lugar a dudas, la relativización de la existencia haciendo secundario el carácter sagrado de la vida humana anulado en la faena, atendiendo mejor a la fiereza de la bestia y al arte cruel del lidiador que se enfrentarán para satisfacción de conocedores y villamelones ansiosos de la sangre del astado en la plaza o de ver volar por los aires al matador a merced del toro de media tonelada.
La creación es un don de Dios. El todopoderoso la entregó a los seres humanos para hacer uso racional de ella y en orden a su subsistencia (Gn 2,15). Cualquier forma de devastación del medio ambiente pone en riesgo la seguridad de las personas. A los ojos de Dios, quienes causan la ruina de la Tierra, tejen su propia destrucción (Ap. 11, 18). La tauromaquia es un buen negocio; la tapadera para su defensa pende de argumentos difíciles de sostener, moralmente inadmisibles y obsoletos. La fiesta brava obedece más al tener y a la voracidad del capitalismo que mercantiliza a los seres vivos y cosifica a los seres humanos, canalizando la pasión de una afición engordadora de los bolsillos de los empresarios que dejarían de ganar millones al decretar la abolición de las corridas; por lo pronto, independientemente de las pasiones, la tauromaquia es reprobable por ser un fenómeno que enriquece a pocos y enajena a muchos porque, como afirmó el Papa Benedicto XVI en el mensaje para la celebración de la XLIII Jornada Mundial de la Paz, la revelación bíblica nos ha hecho comprender que la naturaleza es un don del creador, el cual ha escrito en ella su orden intrínseco para que el hombre pueda descubrir en él las orientaciones necesarias para cultivarla y guardarla… Todo lo que existe pertenece a Dios, que lo ha confiado a los hombres, pero no para que dispongan arbitrariamente de ello… Y la tauromaquia es una arbitrariedad que atenta contra las creaturas y relativiza la vida y existencia de los seres humanos.


Fonte: RELIGION DIGITAL

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