Tres mil personas aclaman al dirigente, cuyo regreso es un símbolo del cambio en el país tras la caída de Ben Ali
JUAN MIGUEL MUÑOZ | ENVIADO ESPECIAL - Túnez -
Unas tres mil personas han recibido hoy al líder islamista tunecino Rachid Ghanuchi,
que ha vuelto al país después de 22 años de exilio, en una de las
señales más claras hasta la fecha del cambio en el país tras la revuelta que derrocó al presidente Zine al Abdine Ben Ali el pasado día 14. Entre cánticos de "Alá es grande" y el himno nacional, Ghanuchi, de 69 años, jefe del movimiento En Nahda (Renacimiento),
ha hecho su regreso triunfal, aunque con un discurso moderado al
máximo para disipar cualquier temor a una deriva fundamentalista en la
política del país, laico desde su independencia de Francia, hace más de
medio siglo.
Ghanuchi ha vivido en Londres desde que fue obligado a abandonar
Túnez en 1989 por Ben Ali. "Nuestro rol será participar en el
cumplimiento de los objetivos de esta revolución pacífica: ampliar el
sistema democrático, la justicia social y poner un límite contra la
discriminación sobre grupos vetados", dijo un día antes de su regreso.
"El dictador ha caído y quiero estar en el país", afirmó.
En Nahda
trata de evitar a toda costa provocar miedo a la población. Por ello,
Ghanuchi ya ha anunciado que no se presentará a unas futuras elecciones
presidenciales, aunque la formación sí quiere concurrir a las
legislativas que se pueden celebrar en un plazo de seis meses. También
ha asegurado que no quiere ningún cargo oficial, porque hay generaciones
nuevas para asumir ese papel.
La formación, que tiene una
ideología similar a la del gobernante Partido de la Justicia y el
Desarrollo de Turquía, era la fuerza opositora más sólida en Túnez antes
de la crisis que obligó a Ghanuchi a abandonar la nación. Con el
regreso de su líder, En Nahda ha de reorganizarse, pues ni siquiera
tiene sede. De hecho, el recibimiento del líder islamista en el
aeropuerto ha sido la mayor muestra de apoyo a la formación en dos
décadas, en las cuales sus partidarios eran perseguidos y encarcelados.
Samir
Dilou, uno de los líderes de En Nahda, reconoce que fue un error
concurrir a las elecciones de 1989 en todos los distritos, pues el
resultado que obtuvo, con un 17% de los votos, la convirtió en la
segunda fuerza más votada, por detrás de la de Ben Ali. En realidad se
cree que lograron muchos más, pues se sospecha de un fraude generalizado
en esos comicios. Este éxito provocó el temor en la población ante una
deriva islamista, a la vez que desató la represión del régimen de Ben
Ali y el exilio de muchos de sus miembros. Para disipar cualquier miedo,
Dilou ha reiterado que no tienen ningún problema con los sistemas
democráticos, a semejanza de los occidentales.
Ese mismo mensaje
trataban de transmitir los simpatizantes de En Nahda que han ido a
recibir a Ghanuchi al aeropuerto. "¡No al extremismo, sí al islam
moderado!" y "¡Sin miedo al islam!", se leía en algunas pancartas. "No
queremos un Estado islámico, queremos un Estado democrático", decía a
Reuters Mohammed Habasi, un partidario de la formacion, que explicaba
que "nosotros somos los que más hemos sufrido la falta de democracia".
Aunque
finalmente no ha tenido éxito la convocatoria de Facebook de recibir a
Ghanuchi en bikini, para dejar claro el laicismo tunecino, varias
docenas de personas han acudido al aeropuerto con carteles en los que se
leía: "No al islamismo, no a la teocracia, no a la Sharía y no a la
estupidez".
Fonte: EL PAÍS (España)
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Ola de cambio en el mundo árabe - Los protagonistas de la revuelta
¿Quiénes hacen la revolución?
Yehi, Ramy, Moussa... los egipcios cuentan por qué han tomado las calles
NURIA TESÓN - El Cairo - 30/01/2011
Son personas de todos los estamentos sociales, desde las
clases más altas a las más bajas. Mujeres, niños, adolescentes,
estudiantes de medicina o activistas de derechos humanos, camareros o
farmacéuticos, también hay una gran mayoría de parados. Se han echado a
la calle para pedir que les devuelvan su país. No tienen un perfil
determinado y el Gobierno no es capaz de encasillarles.
En las calles se ayudan sin tener en cuenta si son musulmanes o
cristianos; se apoyan, se ofrecen agua o se invitan a comer. También se
han limpiado las heridas o han corrido a buscar un médico cuando la
policía ha disparado a uno o varios de ellos. Ahora se pintan unos a
otros la cara con lemas contra el Gobierno y se amontonan, carteles en
ristre, cantando y gritando contra la represión del régimen de Hosni
Mubarak. Han salido a la calle en todos los puntos del país y no piensan
volver a sus casas hasta que aquello que anhelan: libertad, seguridad,
bienestar, pan y democracia, logre instalarse desde Asuán hasta
Alejandría, pasando por El Cairo.
Ellos nos cuentan sus historias, sus esperanzas y sus miedos.
-
Yehi, 56 años, trabajador de un gimnasio. "Basta, basta y basta". Le
cuesta decidirse pero al fin arranca a hablar mientras camina arriba y
abajo por el pasillo del gimnasio donde trabaja, en un hotel de lujo del
centro de El Cairo. "No creo que Mubarak sea un mal hombre. Hizo cosas
bien. Nos trajo la paz y acabaron los enfrentamientos con Israel",
explica nervioso sin dejar de moverse. Aun le cuesta hablar, dice, son
tantos años mordiéndose la lengua que la nueva situación de libertad en
el limbo aún le supera. "Lleva demasiados años en el poder y hace mucho
que se ha olvidado de nosotros, que tenemos una precaria educación para
nuestros hijos y vivimos sin la esperanza de poder prosperar".
-
Ramy, 24 años, activista por los derechos de la mujer árabe. Las gafas
le caen sobre la nariz como a un intelectual y con su mochila a la
espalda y su gorra parece un estudiante de la facultad de Letras, pero
Ramy trabaja en la Liga de Mujeres Árabes, "más veces como voluntario
que con contrato", defendiendo los derechos de las féminas del país. No
le preocupa demasiado el dinero porque dice, aun no está pensando en
casarse. Sin embargo, no le gustan muchas de las cosas que el régimen de
Mubarak ha hecho durante estos 30 años. Menciona la restricción de
libertades: "La interrupción de Internet estos días es inconcebible en
un país que no este gobernado por una dictadura". Y la seguridad: "La
tortura en las cárceles es sistemática. Bajo el Gobierno del rais
no se respetan los derechos humanos". Por eso cree que ha llegado el
momento de que se vaya. "Nací en 1987 y no he visto otro presidente",
añade. Mi familia es de una clase media que Mubarak ha hecho
desaparecer. No es justo que nos mire desde lejos y no diga nada. No
queremos ver la destrucción del país".
- Hanna, 51 años, Ministerio de Información. Es una egipcia guapa. Vestida con clase, musulmana si hiyab
(pañuelo islámico) y oculta tras unas gafas de sol. Mientras hace fotos
desde un coche que conduce su hija, una dentista de 25 años con la
cabeza cubierta, explica que trabaja para el Ministerio de Información
egipcio. No quiere dar muchos detalles sobre su vida, sólo que habla
inglés y español y que no trabaja como periodista. "Durante años", dice,
"han pasado de largo las oportunidades de cambiar las cosas". "No veo
futuro para mis hijos. Tengo dinero pero no tengo un lugar por donde
pasear. Y hay más de 40 millones de personas en mi país que no tienen ni
para comer", apunta. "Ha llegado el fin y todos lo sentimos así".
-
Maha, 30 años, farmacéutica. "Cobro 600 libras al mes (80 euros) y no
puedo llevar una vida digna", explica Maha, una farmacéutica que milita
en los Hermanos Musulmanes. "No puedo ahorrar dinero, ni pagar una casa
digna. Me gustaría casarme pero los jóvenes ahora no encontramos trabajo
con facilidad y el tiempo se pasa esperando a ver qué sucede mientras
la frustración crece", lamenta. Maha asegura que aunque trabaja 10 horas
en la farmacia a veces tiene que hacer horas en un laboratorio
preparando inventarios para conseguir llegar a fin de mes. "Y lo peor es
que no podemos decidir. Durante las elecciones no nos dejaron ir a
votar, detuvieron a nuestros candidatos, nos pegaron", asegura. "Creo
que no nos han dejado otra opción y que lo que ocurre es fruto de la
represión que hemos vivido todo este tiempo. No hay derechos", explica
entrecortada. "Necesitamos libertad y eso sólo vamos a poder conseguirlo
si el presidente se va de este país. No nos sirve un nuevo Gobierno con
él sobre la cabeza. Lo que hemos venido a exigir es que él y su estilo
de gobernar salgan de nuestras vidas para siempre.
- Moussa, 42
años. En una solapa luce el escudo de los Estados Unidos y en la otra
las banderas de Egipto y Francia entrelazadas. El primero se lo puso por
las palabras de Obama. "Las banderas las llevo porque queremos lo mismo
que Francia: liberté, egalité, fraternité", dice en un perfecto
francés. Moussa es un cristiano de la escasa clase media que hay en
Egipto. "Mubarak tiene 82 años, no puede mantenerse en pie, y no tiene
poder para gobernar. ¿Y quiere dejarnos a su hijo? Cuando Gamal
[Mubarak] se casó compró el anillo en Francia. Cuando tuvo un hijo se
fue a Alemania a tenerlo. Eso es lo que hacen. Coger nuestro dinero y
dejarnos en la estacada", afirma. No dice en lo que trabaja quizás
porque no se ajusta a lo que debería ser. "Tengo dos masters,
hablo seis idiomas y mi salario es de 220 euros. Mi madre tiene una
pensión de 500 libras (65 euros) y su tratamiento médico cuesta 1.000.
La familia de Mubarak tiene una riqueza que asciende a millones de
dólares. No le pedimos nada. Sólo que nos deje vivir".
Fonte: EL PAÍS (España)
Fonte: EL PAÍS (España)
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