BENJAMíN FORCANO
El Estado aconfesional es el que no establece ninguna
religión como oficial, aunque sea mayoritaria y el que, al mismo tiempo,
respeta a todas. Se suele llamar laico al Estado aconfesional y
laicista al Estado anticonfesional. En este sentido, comportamientos
laicistas y Estados laicistas son aquellos que pretenden erradicar de la
sociedad las religiones, dejando espacio únicamente para los valores
seculares y racionales, sin mostrar respeto alguno a las personas
religiosas.
Ciertamente, un Estado democrático aconfesional no puede imponer a
los ciudadanos normas o comportamientos derivados de una visión
religiosa particular. Lo cual no quiere decir que un ciudadano, por el
hecho de entrar a ejercer funciones políticas o estatales, debe
renunciar a sus convicciones religiosas. Pero tampoco creerse con
derecho a imponer su visión en leyes para todos.
El derecho a la
libertad religiosa reside en cada persona, no en la voluntad de quien
manda, y siendo tal derecho privado y público, nadie puede exigir al
Estado la retirada o marginación de símbolos, actos y expresiones de una
u otra religión (incluidos los de la "religión" atea) simplemente
porque no coincide con la suya. Si una sociedad es mayoritariamente
seguidora de una u otra religión, o lo es minoritariamente, el Estado
aconfesional debe asegurar que en uno y otro caso los ciudadanos puedan
ejercer su derecho a la libertad religiosa sin coacción de nadie. Ser
anticreyente o antiateo no es derecho de nadie.
Ante cuestiones
controvertidas (aborto, unión de homosexuales, etcétera) como ciudadanos
debemos establecer espacios de diálogo y convergencia ético-científicos
que regulen la dignidad humana, sus problemas y derechos fundamentales.
El problema está, pues, en aprender a convivir en la pluralidad
salvaguardando la identidad dos valores comunes que nos unen a todos y
respetando la peculiaridad de los valores particulares de cada religión.
Fonte: EL PAÍS (España)
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